Quizá el título te llame un poco la atención y te estés preguntando: ¿en serio, Laura? Sí, tras perder un ser querido logré convertirme en autora y superar una depresión crónica gracias a la escritura.
Pero detrás del duelo se esconde una historia que pocos conocen, pero te la quiero contar para que me entiendas mejor porque creo firmemente que todo sucede por algo. Todo tiene una razón de ser, un motivo, una causa y esta es la mía.
Mi mentora, mi abuela me dio una segunda oportunidad en la escritura

Así comenzó todo…
Mi relación con la escritura ha sido complicada. Sí, como en toda relación. Tuvimos momentos de amor, momentos de odio, momentos de separación, ya te podrás hacer una idea. Nuestro encuentro no fue de película y capaz no llegue a ser un Best-Seller en Amazon, pero merece ser contado para que entiendas cómo llegué a convertirme en autora. No fue de casualidad. Todo tiene su razón.
Me fui enamorando de la escritura con lágrimas en los ojos, con una depresión crónica, con un luto que llevaba cargando desde hacía unos seis meses y con el corazón negro. Me encontraba en plena duda existencial y con la pregunta de,
“si estaba haciendo lo que había soñado y si me encontraba en el sitio adecuado”. Como ves, nada fácil y con presión propia sobre los hombros que me hundía más.
Todo comenzó el día que decidí poner en “pausa” mi relación con la escritura. Ese fui el día que me tocó empacar mi ropa, los recuerdos de mi juventud, las pocas cosas que tenía y las metí en la maleta para emigrar hacia Europa hacia un viaje sin saber si tenía retorno. El plan era llegar a España con la idea de estudiar en máster durante un año en una de las mejores universidades de país.
La ciudad cosmopolita de Madrid me abrió sus puertas y me regaló nuevos conocimientos, ricos manjares, buenos recuerdos y un sinfín de aventuras que perdurarán en mi mente y que serán revividos ante algún encuentro esporádico. Con sus días grises y claros no me podía quejar.
Emigrar me enseñó, a duros golpes, a dejar a mi niña interna y a convertirme en una mujer madura.
Aprendí todo lo que tenía que saber para crear y consolidar una empresa audiovisual. Sí, ese era mi plan: crear mi propia empresa audiovisual. Tras culminar los estudios y ver que todos mis amigos y compañeros regresaban a sus países de origen, yo me preguntaba qué iba a hacer con el resto de mi vida, con mi futuro. Por un lado, extrañaba Venezuela y quería ver de nuevo a mi familia y a mis amigos, pero por el otro, quería experimentar más mientras pudiese.
Después de analizarlo varios días y ver los pros y contras de mis dos opciones, de si regresar o de si continuar, decidí aventurarme hacia Alemania, a un estado y a una ciudad que no había escuchado en mi vida y que ni siquiera podía pronunciarlo, con el único propósito de irme como niñera, en un intercambio cultural, para poder hacer realidad mi sueño de aprender el idioma alemán.
¿Yo, hacia Alemania? ¡Quién lo iba a imaginar! Tras informarme de cómo era el procedimiento y aplicar a varias familias, por fin encontré una pareja que me daría la bienvenida a su nuevo hogar por un año. Ahí estaba parada yo en la fila, haciendo escala en Barcelona, escuchando un sonido abstracto que no tenía ni pies ni cabeza para mí. A mi alrededor, solo podía ver gente más blanca que la leche, más blanca que yo y con los pelos rubios como los rayos del sol.
Mi nueva aventura en la escritura estaba por empezar una vez que abordara las puertas del avión
Ahí me recibieron, con flores y un caluroso abrazo. El inicio no fue nada fácil, pero con el paso de los meses la relación fue creciendo y mejorando, y conseguí que me extendieran el contrato por un segundo año. Con esto pude reforzar lo que ya sabía y empecé a buscar un empleo temporal que me permitiera vivir sola.
Cuatro años pasaron, era el 2016 y seguía sin levantar la pluma. Pero ahí seguía, empeñada en que mi destino era vivir para siempre en Alemania y que encontraría mi propósito muy pronto. Más de cinco años, contando el tiempo en Madrid, sin trabajar como periodista. Me sentía oxidada. Me sentía anticuada. Me sentía inservible y que todo lo que aprendí fue en vano.
Me preguntaba si estaba haciendo lo correcto, si había valido la pena todos esos años de carrera para terminar trabajando en un empleo exigente y agotador, con unos horarios que destruían tu organismo y que no me llevaría a ningún lugar ni tampoco me permitía ascender del puesto en el que me encontraba.
En una primavera, en los primeros días del mes de abril, las malas noticias llegaron a mí con un mayor peso a través de una llamada telefónica.
El ser más preciado de mi vida, la persona que consideraba mi modelo a seguir en el emprendimiento, en la vida y en el amor, la guerrera que me enseñó a ser yo misma y a quererme como soy, a ser fuerte y a luchar por mis sueños, a vivir y a ser feliz, se encontraba en sus últimas horas tras dos años intensos en su lucha contra el cáncer.
Ahí estaba yo, sin poder recordar si estaba en la casa o en el trabajo cuando me dieron la noticia, pero sí estaba segura que sostenía con una mano el teléfono y con la otra tenía un par de toallitas desechables, escuchando la falta de respiración de mi mamá, seguido de ese silencio y continuado por un suspiro.
Un suspiro al que tú ya sabes que viene, tú lo presientes, tú ya lo anticipas e internamente dices: «ya, dímelo de una vez», pero fue su llanto insostenible el que hizo que me quebrara en pedazos y sus palabras lo que me destruyó por dentro.
–A la abuela no le queda mucho, Laurita. Te la voy a pasar para que te despidas de ella–agregó mi mamá.

¿WHAT? ¿Qué le podía decir? Aún me quedaba mucho que contarle y que decirle; aún me quedaba mucho tiempo para quererla, para amarla; aún la necesitaba, sin ella no era nadie, no era fuerte. Ella era mi pilar. Ella era mi protectora. Ella me enseñó a defenderme contra viento y marea. Todo el amor que no recibí mientras crecía en casa, me lo dio ella sin pedir nada a cambio. Su amor era incondicional.
Cuando pensaba que lo peor había pasado,
me di cuenta que estaba equivocada.
El dolor que sentí en ese momento, no lo podía comparar con lo que me tocaría vivir los meses siguientes. Hundida en una depresión crónica que crecía con los días, un dolor en el pecho y en el alma, la cabeza dispersa y una fatiga crónica que no se mejoraba con 12 horas de sueño, seguía «mi rutina diaria» como si nada. El café no ayudaba a mantenerme despierta y mi cabeza no asimilaba ya que día era. Todo se volvió tan rutinario. El trabajo me daba igual. Todo me daba igual.
En una de las pausas llegó una publicación por mensaje interno a mi perfil de Instagram, despertando mi atención y mi curiosidad. Era un concurso literario que ofrecía Amazon cada año. «Sé que te gusta escribir y pensé que quizás te podía interesar», decía el mensaje de mi tía. No había escuchado del concurso y de repente llegó a mí como si fuera una señal del destino. Miré con detalle las condiciones y los requisitos. En resumen, había que crear una historia de la nada y de propia autoría.
–Tenía 6 meses. 6 meses–le argumenté.
Mi tía me motivó a escribirlo. Me recordaba la pasión que tenía de chica cuando inventaba mis historias y el porqué no perseguí eso que tanto quería. Ella se ofreció a ayudarme con las correcciones. Yo solía ser buena en gramática, pero luego de todos estos años sin escribir en español, empecé a dudar hasta de si terminaría de escribirlo a tiempo. Después de pensarlo varios días y en medio de mi duelo le dije:
–Vale, manos a la obra.
Un mes había pasado desde que tomé la decisión y no tenía ni un personaje ni siquiera la trama. No tenía nada. Un mes perdido y ya veía que la gente empezaba a subir sus manuscritos a la plataforma.
«¡Miércoles! No voy a lograrlo. Mi cabeza está en off. Mi cabeza no quiere trabajar y las musas no sé dónde están», pensé.
Mientras más le daba vueltas a la idea, peor era, porque mi mente se perdía en los recuerdos de mi abuela y en todo lo que me decía, se perdía en esos momentos y yo añoraba tanto tenerla aquí conmigo. De pronto y de la nada, todo llegó a mí mientras iba en el tren de regreso a casa.
Me puse en marcha y empecé escribiendo una historia ficticia basada en la localización y en el ambiente donde trabajaba, en el transporte y en la cultura del país y de los habitantes donde vivía. Empecé creando un personaje, luego otro, seguido de la trama, las escenas, el diálogo y así.
Mi cabeza era máquina para crear. De una idea salía otra, y de esa idea la hilaba con la otra y sin pensarlo creé una historia sólida y con un mensaje oculto. Me inspiré en compañeros y colegas para crear la esencia de los personajes. La trama y el mensaje oculto era la misma que la mía: la búsqueda eterna de mi verdadera identidad.
Me compré un cuaderno y con boli en mano me dispuse a escribir en todas partes y a cualquiera hora. El tren se convirtió en mi segunda oficina y mi localización de inspiración. Basé toda la historia en mis trayectos de la casa al trabajo. Lo único que tenía que hacer era transcribir lo que veía, lo que oía, lo que sentía, lo que olía y transmitirlo en palabras escritas y darle un toque fantasioso que fuese de la mano con la historia para hacerlo más real y más creíble.
Entre más inspirada estaba, más escribía y entre más lo hacía, me empezaba a sentir mejor conmigo misma y a sanar.
Creé mi alter ego masculino. ¡Qué difícil fue meterse en la cabeza de un hombre! Decidí que el protagonista fuera un hombre, porque pensé que era la mejor forma de escribir esta historia y evitar así recibir críticas destructivas. Pensaba que estaría mal visto que la historia fuera narrada por una mujer. ¿La razón oculta? No me consideraba escritora.
Encontré en la escritura una forma de salvación, de sanación y de terapia. Con mi manuscrito ya terminado, editado y corregido, lo autopubliqué. El primer tomo de mi trilogía de fantasía, Imperio del Trono ya podía ser leído, y con el tiempo he ido mejorando y editando la historia porque sentía que le podía sacar más potencial del que ya de por sí tenía. Ella me guió a retomar lo que había abandonado.

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Hola Laura.
Me fascinó tu historia u aunque toda lo que te llevo a cumplir tan maravilloso sueño fue la perdida de un ser tan querido es inspirador.
Te cuento, que hasta el momento no he escrito ni me primer ensayo, nimguna historia y mucho menos un pequeño libro, pero me encantaría poder dar a la luz del mundo un poco de todo lo que mi corazón y alma viven cada día. Gracias por permitirme conocer tu experiencia
Holi Ysbelia,
Muchísimas gracias a ti por leerme. La verdad, no fue fácil escribirla y lloré un par de veces mientras lo hacía. Pero creo que vale la pena abrir nuestros corazones y dejarnos expuestos para que más gente nos conozca y vea de lo que estamos hechos. Al final, toda nuestra vida está conformada por historias que nos lleva hacia donde estamos ahora mismo. Espero que algún día tú también te animes a escribir, bien sea en un cuento, en un libro, en un ensayo o en un simple artículo de blog. ¡Me encantará leerte! Prometo traer más historias como estas por aquí. Te mando un abrazo. Con cariño, Lau.
Muchas historias nos llegan de manera muy petsonal, por ser escritas desde la tinta del corazón.
GRACIAS LAURA.
Holi, Monolo Arte
Muchas gracias a ti por leerme. ¡Me alegró muchísimo el día cuando leí tu comentario! 🙂 Espero que algún día te animes a escribir la tuya, da igual en qué formato. Si lo haces, por fa, avísame, me encantará leerte. Te envío un abrazo. Saludos, Lau.
Hola, Laura
Tu historia es muy conmovedora. Creo que hay muchas personas como tú en este mundo que están buscando su propia identidad. Tú eres afortunada en haberla encontrado y te felicito por ello. Creo que cuando se lucha por lo que se quiere, todo es posible.
Holi, Nelson, muchas gracias a ti por tus palabras y por haberte leído mi historia. Concuerdo contigo, todas podemos encontrarla y por eso me motivé a escribir ‘Autora de Élite’, para motivarlas e inspirarlas a encontrarla. La vida es muy corta y hay que luchar por nuestros sueños. Saludos, Lau